EL ESTRÉS. Nuestra sombra.

El estrés es la gran epidemia del siglo XXI, como la llaman.

Estamos un mundo lleno de estímulos y de informaciones que vienen y van.

Ávidos de inmediatez, abundantes en la creación de deseos sin fin, que no son necesidades. Sobrados de comparaciones y de exigencias. Anegados por la falta de sencillez y el exceso de incoherencias.

No llegar a cumplir con lo que nos demanda este ritmo frenético actual nos genera altos niveles de frustración, sensación de pérdida de libertad, de autenticidad e incluso parece que el sentido de la vida se difumina.

Si no queremos que todo esto nos devore, necesitamos recursos que nos permitan adaptarnos a ello.

Quizá tenga algo que ver con el estrés…

A todos, o casi todos nos suena esto del estrés. Seguramente lo hayamos experimentado en algún momento de nuestra vida, y puede que por varios motivos y en varias situaciones de nuestro día a día.

El estrés es nuestro eterno compañero. No es una enfermedad, si no que viene siempre con nosotros a lo largo de toda la vida, y se va activando en mayor o menor medida en función de las circunstancias.

Por lo tanto, resulta esencial saber lo que es, entenderlo e identificarlo para poder controlarlo o combatirlo, si fuese necesario.

Como ya he comentado en otras ocasiones, el conocimiento empodera.

Ciudad borrosa por luces y velocidad que representa el estrés
Es difícil cumplir con las exigencias el ritmo frenético actual de nuestro mundo.

El estrés es una respuesta natural y adaptativa de nuestro organismo ante una amenaza, un desafío o una demanda. Consiste en una sobreactivación física, mental y psicológica que ayuda a la consecución de metas.

Por ejemplo: imagina que tienes que entregar un informe a tu jefe en unas horas y crees que no vas a llegar a tiempo. El estrés te sobreactivará haciendo que leas y escribas deprisa y así finalices a tiempo.

Cuando la sobreactivación interfiere en otros procesos personales, se prolonga en el tiempo, nos genera un alto nivel de malestar e impide la consecución de nuestras metas estaríamos hablando de un estrés negativo.

Siguiendo con el ejemplo anterior: la sobreactivación hace te cueste concentrarte en la lectura, que te tiemble el pulso al escribir y no logras avanzar porque solo piensas en que no llegas a tiempo. Te bloqueas, te asustas y solo tiene ganas de gritar, llorar o de salir corriendo. Se pasa la hora de entrega, y te debes inventar una excusa con tu jefe, con el consecuente malestar personal que esto te conlleva.

Si el estrés se cronifica puede pasar a convertirse en ansiedad.

En nuestra cotidianidad y nuestra historia de vida nos topamos con infinitos estresores, que, si los vivimos con un correcto control interno y con equilibrio, pasan desapercibidos como estrés positivo. Por ejemplo: un cambio de trabajo, una ascensión laboral, un traslado de país, un cambio de casa, o el nacimiento de un hijo son todas situaciones que generan estrés pero que no tienen por qué vivirse con malestar.

Por tanto, el estrés es multicausal y esto influye en su complejidad para ser evaluado. Implica que tenemos que tener en cuenta factores internos, como las expectativas y las interpretaciones personales, y externas, como las circunstancias del entorno que nos rodea. Estos factores que lo provocan se llaman estresores.

El proceso de respuesta al estrés pasa por diferentes fases: la fase de alerta, que es cuando aparece el estresor; la fase de resistencia, que es cuando el organismo lucha y se resiste; y la tercera fase que es la del agotamiento, donde la resistencia física y psicológica van disminuyendo, y si esto no ocurre, el estrés puede pasar a convertirse en ansiedad.

Nuestra personal visión del estresor, cómo lo percibimos, lo canalizamos y lo afrontamos va a repercutir de forma muy directa en desencadenar un estrés positivo o negativo. Un ejemplo de esto podría ser el ganar la lotería, un elemento estresante que puede convertirse en algo muy positivo si se lleva bien controlado, o muy negativo si no se sabe canalizar el estrés que provoca.

Para configurar esta visión personal y particular de la vida y sus avenencias, el control interno es la herramienta que nos va a permitir ser adaptativos respecto a las circunstancias. Nos ayuda a conocer cuáles son nuestros límites y vulnerabilidades, y cuáles son los recursos con los que contamos para poder ir consiguiendo objetivos y metas.

Nos va a permitir organizarnos y evitar el caos interior. Posibilita que seamos capaces de establecer esos objetivos de forma adecuada (medibles y conseguibles), nos permite priorizar y renunciar sin culpas, y avanzar con claridad.

Por tanto, hacer frente al estrés conlleva que podamos reconocerlo.

También que nos responsabilicemos de él y de nosotros mismos, y asumirlo desde la consciencia de todo lo que está implicado. Para esto es importantísimo poder abrirse y contarlo, compartirlo, verbalizarlo, sacarlo. También implica buenas dosis de autoconocimiento, de abandonar los miedos y analizar el entorno y a uno mismo.

Por último, debemos recuperar el control, el dominio de la situación y centrar la atención en nosotros mismos para permitirnos vivir la situación de una manera más sana.

Muchas veces no tenemos la capacidad de cambiar las circunstancias desagradables que nos rodean, pero siempre podemos influir en cómo nosotros las queremos vivir. Es decir, la realidad externa será la misma, pero podemos influir en nuestra realidad interna. Ahí es donde tenemos el poder.

Ana Sainz-Pardo

Foto de Engin Akyurt

Foto de Egor Litvinov

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