“PERDÓN, por nada”

Sí, yo era una de esas personas.

De las que piden perdón mil veces, por todo… incluso cuando yo no tenía la culpa.

Me salía automático, sin pensar. Cuando veía que se producía una situación incorrecta, y yo estaba implicada en algún modo, el que fuese, pedía disculpas.

Me hacía sentir que la situación se corregía de alguna forma. Que expresaba mi disgusto por lo sucedido, o mi malestar. Que la otra persona se sentiría mejor si yo lo hacía.

Pero un día conocí a alguien como yo.

Ella se disculpaba cuando la pisabas, por poner el pie debajo. Cuando la empujabas, por ponerse en tu camino. Por hablar a la vez e interrumpirte, aún si ella estaba hablando primero.

Y descubrí que me ponía algo nerviosa…

Las primeras veces, bueno, me resultaba dulce, amable, considerada….
Luego ya me parecía algo exagerada, con poca firmeza y algo desesperada.
Al final ya me daba incluso lástima, como de alguien que no se da ningún valor…

Y me vi reflejada en ese espejo.

mano reflejada en un espejo que representa el perdón

Fue como una bofetada social. Algo que hizo tambalear mis “reglas relacionales”. Me empecé a cuestionar quién y cómo era yo de cara a los demás. Y no me gustaba mucho lo que veía…

“Perdón” es una palabra muy llena, muy bonita y muy mágica. Pero bien usada. Y yo, creo que como mucha otra gente, la estábamos mal usando. Un poco incluso, diría que, ninguneando, quitándole valor.

Decirla tiene que ser algo consciente.
Pensando en quien la dice, para qué usarla y hacia quien.

Teniendo en cuenta su fin, reparador y conciliador.

Dicha desde el amor propio y lanzada con intención.

Creo que así conserva todo su valor. Y que puede decirse siempre que sea necesario.

Merecida, por ambas partes.

Así que decidí empezar a racionar mis perdones. A pararme antes de soltarlo y valorar si era la ocasión justa.
Y me di cuenta de que esto me ayudaba a ver la situación incómoda desde mí.
Desde mi participación en la historia, desde mi intención y mi responsabilidad, desde mis valores.

Y así pude empezar a juzgar la necesidad de intervenir o no. Pude empezar a elegir los momentos. A sentirme dueña de las ocasiones. A decidir desde mis preferencias, y a coger seguridad en mis decisiones.

Como un círculo más cerrado, sintiendo todo más controlado.
No como antes, que era un poco disparar al aire los perdones, sin sentido, solo esperando que le sirvieran a alguien y pasar el trago.

El caso es que, poco a poco, empecé a sentirme más cómoda, más partícipe y más respetada. Y por ende, más contenta, más segura, y seguramente que más perdonada!!

Ana Sainz-Pardo

 

Foto: John Rocha

Foto: Emre Can Acer

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