ASERTIVIDAD. Me respeto, y también a los demás.

ASERTIVIDAD. Es una palabra que aprendí pronto, porque he tenido que trabajarla también en mí. Al principio me parecía rara, pero descubrí que era también muy útil. Es sabia. Es amplia. Desafiante. Importante. Necesaria.

Es una habilidad social que implica conocer los propios derechos y ser capaz de defenderlos respetando los de los demás. Conlleva por tanto un valor increíble: respétate y respeta al otro.

Normalmente nos enseñan siempre a respetar a los demás. Claro, va como implícito en las normas sociales, en la educación cívica y conciudadana. Pero, ¿y a nosotros mismos? Ahí es donde normalmente cuesta más.

En ocasiones nos olvidamos de nosotros. De que también somos personas dignas de respeto y de lucha. Que tenemos derecho a tener y a exponer nuestros pensamientos, creencias y opiniones. Porque pensamos que para ser educados y respetuosos primero está el bien del otro, el permitir que se exprese, que se desahogue, que manifieste, que prodigue y proclame. Pero, ¿y yo? Esperamos a tener la fuerza suficiente para poder expresar que eso que dice, que me aconseja u ordena no nos va bien. O no nos apetece. O no nos resulta necesario. O simplemente que no estamos de acuerdo.

Y esperamos, y esperamos, y se pasa la oportunidad. Por miedo a no ser comprendidos, o a la crítica, o a contrariar al otro, o a equivocarnos, o al ridículo, o por dudar de nosotros mismos. Y nos sentimos frustrados, nuevamente manipulados y a disgusto. Pero sobre todo con nosotros mismos. ¡Qué rabia! ¿Y si hubiera dicho? ¿Y si hubiera hecho? La próxima vez lo digo, la próxima vez no lo permito.

Pero vuelve a pasar. Se repite, y cada vez que ocurre, sentimos que no nos respetamos. Y duele.

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La asertividad permite una comunicación efectiva desde la calma y el equilibrio.

También ocurre desde el lado opuesto. Hay personas que creen firmemente que sus derechos deben ser cubiertos antes, y a pesar, de los de los demás. Y lo hacen con rabia, con agresividad, sin empatía; y en la mayoría de los casos, sin un éxito real.

La falta de asertividad tiene importantes consecuencias en la autoestima, el autoconcepto y en la vida relacional de la persona.

Pero la asertividad se trabaja. Se entrena, se aprende, se consigue. Además, viene acompañada de seguridad, de empoderamiento y de conocimiento. Permite una comunicación efectiva desde la calma y el equilibrio. También libera del peso de lo que piensen los demás. Proporciona la agradable sensación de estar haciendo las cosas por derecho propio.

Ana Sainz-Pardo

 

Foto de lilartsy en Pexels

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